Las creencias y la conciencia de Ser Yo
Las creencias y la conciencia de ser yo están estrechamente relacionadas. Las creencias son los pensamientos y convicciones arraigadas que tenemos sobre nosotros mismos, los demás y el mundo que nos rodea. Estas creencias pueden ser conscientes o inconscientes, y pueden influir en nuestra percepción, actitudes, emociones y comportamientos.
La conciencia de ser yo se refiere a la experiencia de estar presente en el momento presente y tener una comprensión clara de nuestra identidad y realidad personal. Es la conexión profunda con nuestro ser auténtico, más allá de las etiquetas y roles sociales.
Nuestras creencias pueden afectar nuestra conciencia de ser yo de varias maneras. Si tenemos creencias limitantes, como «No soy lo suficientemente bueno» o «No merezco el éxito», esas creencias pueden generar dudas, inseguridad y autocrítica, y afectar negativamente nuestra conciencia de ser yo. Por otro lado, las creencias positivas y fortalecedoras, como «Soy capaz de lograr lo que me propongo» o «Merezco amor y felicidad», pueden fortalecer nuestra conciencia de ser yo y promover una mayor confianza y autenticidad.
La conciencia de ser yo también puede ayudarnos a examinar y cuestionar nuestras creencias. A medida que desarrollamos una mayor conciencia de quiénes somos realmente y qué creencias nos limitan, podemos comenzar a desafiar esas creencias y reemplazarlas por aquellas que nos empoderen y nos permitan crecer y desarrollarnos.
La práctica de la atención plena y la autorreflexión puede ser útil para desarrollar una mayor conciencia de ser yo y explorar las creencias que nos definen. A través de la observación consciente de nuestros pensamientos y emociones, podemos identificar las creencias que nos limitan y trabajar en cambiarlas de manera consciente.
Al tomar conciencia de nuestras creencias y su impacto en nuestra conciencia de ser yo, podemos liberarnos de las limitaciones autoimpuestas y vivir desde un lugar de autenticidad y plenitud. Esto implica un proceso continuo de autoindagación y autotransformación, pero puede llevar a un mayor bienestar, autenticidad y realización personal.
Creencias y niveles lógicos.
La creencia puede ser vivida en diferentes niveles de la experiencia del ser vivo.
Gregory Bateson, antropólogo, psicólogo y epistemólogo estadounidense, identificó lo que se ha llamado «niveles lógicos». Estos representan los diferentes niveles sobre los cuales se organizan la experiencia y la percepción de la realidad, las diversas dimensiones presentes al mismo tiempo en toda situación y en toda vivencia, sea cual sea. En efecto, toda situación puede ser descrita de acuerdo con diferentes parámetros, puntos de vista diferentes sobre el mismo objeto:
- El punto de vista del ambiente.
- El punto de vista de la conducta.
- El punto de vista de las capacidades.
- El punto de vista de las creencias y de los valores.
- El punto de vista de la identidad.
- En última instancia, lo que llamamos misión.
Toda esta actividad está basada en una motivación: si haces esto es porque tienes la creencia de que puede resultarte de utilidad. Esta elección responde también a los valores personales, fundamentales para ti, pues orientan tu vida y tus decisiones.
- INCONSCIENTE De más a más estable
- MISIÓN: Nivel espiritual . Proyecto-sentido’
- IDENTIDAD: Genoma, alma . No cambia
- CREENCIAS: Valores . Criterios
- CAPACIDADES: Estrategias
- COMPORTAMIENTO: ¿QUÉ?
- AMBIENTE: ¿DÓNDE? ¿CUÁNDO? ¿CON QUIÉN?
- CONSCIENTE
Este esquema ilustra el hecho de que, cuanto más descendemos en la escala de los niveles lógicos, más nos situamos en los niveles conscientes. Por el contrario, cuanto más nos situamos junto a las creencias y la identidad, más nos relacionamos con asuntos de contenido inconsciente.
Uno de los objetivos de cualquier terapia o trabajo interior puede ser permitir al sujeto acceder a las partes no conscientes de sí mismo y tomar conciencia de los procesos y los contenidos que alberga y que habitualmente lo apremian, a su pesar, sin que llegue a comprender la razón. Querer no es poder, a pesar de lo que pretende la sabiduría popular, que no hace con ello sino tranquilizarse y sobrestimar nuestras posibilidades de control y de dominio, y minimizar el impacto de lo que se nos escapa
Un acontecimiento concreto no tiene el mismo sentido para todos los individuos; este dependerá del marco en el cual se desarrolle. En ocasiones es necesario, durante la terapia, volver a situar los hechos en el contexto donde tuvieron lugar, para, por una parte, evitar las generalizaciones y, por la otra, señalar las influencias del contexto sobre los pensamientos y emociones que hayan surgido.
Seremos cautelosos, sin embargo, en cuanto a señalar las posibles identificaciones con el entorno. ¿Con qué estamos a punto de identificarnos?
Detrás de cada uno de nuestros comportamientos hay una o varias creencias que pueden resultar limitantes, que entrañan desventajas, o que, por el contrario, son dinámicas y generadoras de creatividad.
Otras personas se asocian con su comportamiento. Son personas que se definen en función de lo que hacen. Por ejemplo, cuando un hombre muy involucrado con su carrera, que no ha vivido sino para esta, se jubila, puede experimentar un sentimiento de que no existe y desarrollar alguna sintomatología.
En otras palabras, se enfrenta a una pérdida, a un duelo. Siguiendo a Freud (Duelo y melancolía), diríamos que, aunque sabe bien, a nivel consciente, que ha perdido su carrera, en realidad ignora lo que ha perdido al dejar su actividad: una parte de sí mismo, de su Yo, identificada con esa actividad.
Algunas personas se identifican con sus creencias, ya sean morales, médicas, políticas, religiosas o de cualquier otro tipo, y lo hacen de manera dogmática. Erigen sus valores sobre normas y confunden creencia y verdad: «Fulano no tiene las mismas creencias que yo y, por tanto, está equivocado». Pero es evidente que eso también es una creencia. Y las personas muy dogmáticas, muy aferradas a sus certidumbres, pueden convertirse en agresivas o deprimirse si alguien se enfrenta a sus certezas y las lleva al estatus de simples creencias. Esas reacciones se explican en el hecho de que, en los niveles lógicos, se llega a zonas muy profundas, muy cercanas a la identidad. Cuando esto les sucede, esas personas se sienten sacudidas, amenazadas respecto a lo que piensan que constituye los fundamentos de su identidad. Es posible que sientan una necesidad imperiosa de creer lo que creen, porque sus bases narcisistas son frágiles y poco seguras, y sus creencias hacen la función de un marco interno de protección. Se apoyan en certezas fuertes, estables e inquebrantables, porque se sienten muy poco seguras de sí mismas.
La forma en que nos pensamos a nosotros mismos y en que nos representamos el mundo depende de nuestros valores y nuestras creencias de manera directa.
La identidad personal, eminentemente subjetiva, hace ver al sujeto lo que tiene de único, su propia individualidad.
La identidad es un sistema paradójico, a la vez estable y dinámico.
Es, en efecto, un proceso de autopercepción, de representación y de sentimiento de sí (llamado «conciencia de sí»), y una estructura psíquica que permanece estable y, sin embargo, se encuentra en construcción permanente.
Al principio no tenía conciencia de ser yo, por lo cual coloqué toda mi confianza en Ti (padres, institutriz, camarada, grupo, Dios…). Y cuanta más confianza tuve en Ti, más te permitía tener confianza en mí. Al saber que tenías confianza en mí, me permití tener confianza en mí; por tanto, conciencia de mí. Y cuanta más conciencia tuve de mí, en mi interior menos necesidad tuve de ti y de tener confianza en ti…
Nos encontramos con mucha frecuencia en nuestros consultorios con personas que sufren el hecho de estar fuertemente identificadas con el proyecto-sentido de sus padres.
El proyecto-sentido como origen de una creencia vinculada con nuestra identidad
En ocasiones, durante una terapia, bien una hipnosis o el discurso mismo del paciente revelan que el sujeto solo desea ser lo que es en función de una misión, de un papel asignado de forma inconsciente por sus padres. Desde que fue concebido, el individuo parece estar marcado por el fuego del deseo de sus padres, de sus proyectos, de sus conflictos o de sus heridas, ya sea que estos se sitúen en su historia personal o transgeneracional. Marc llamó a esto el «proyecto-sentido». Puede resultar al mismo tiempo una riqueza o un yugo del que quizá sea necesario liberarse para poder así encontrar la verdadera identidad.
Antes de ser concebido, era una idea pre-concebida. En otras palabras, no hay concepción si no hay un deseo de concepción que la sostenga. Pero ese deseo, que corresponde a un proyecto de los padres, puede haber sido el objeto de un rechazo y haber caído así en el inconsciente.
Veamos el ejemplo de una mujer cuyo marido se marcha todos los fines de semana con sus amigos. Ella se siente sola. En esta mujer existe ese proyecto de contacto con su marido, un proyecto invisible. Entonces se queda embarazada. El niño va a ser la solución del con¬flicto de la madre en este periodo. La mujer desea el contacto y conci¬be un hijo. De manera inconsciente, en el óvulo está presente este proyecto, al cual va a responder el niño. El niño es «el realizador», el reparador. Este niño, a quien recibí de adulto en terapia, tuvo precisamente trabajos en los que se requería el contacto humano. Su vida traduce ese proyecto que él mismo llevará a la práctica.
Entonces, ¿en qué medida estamos determinados por los proyectos de nuestros padres? Es necesario comprender bien que esta «determinación» puede ser una oportunidad, ya que lo que se transmite son soluciones ganadoras, soluciones de supervivencia. Para esta mujer, en el momento de la concepción solo había una cosa que contaba, y era el contacto, y transmitió a su hijo este valor, la importancia del contacto y la relación, no como una tara, sino como un tesoro.
Ahora bien, si el proyecto-sentido de los padres puede ser un valor, una solución de supervivencia, puede también ser limitante. El niño es la solución a los problemas, a los conflictos, a los deseos de sus padres. Heredamos algo, una memoria, una historia, secretos de la familia… Entre estos los hay buenos y no tan buenos, es decir, menos adaptados, o los que se han vuelto obsoletos. Hay un proyecto-sentido que puede ser vivido de manera positiva o negativa.
Marc Fréchet no hablaba de leyes ni de determinismos, sino de inclinaciones. Como consecuencia, su planteamiento terapéutico tenía por objeto permitir a la persona, a través de la toma de conciencia, la actualización de realidades psíquicas familiares ocultas en la sombra del inconsciente para que el individuo se liberara. Al haber tomado conciencia de nuestro proyecto-sentido, somos libres de mantenerlo o de eliminarlo.
Ese paso de objeto (del deseo de los demás) a sujeto (de su propia existencia) es el objetivo de toda psicoterapia: liberarse del proyecto de sus padres, de sus ancestros, de sus abuelos… Para lograrlo, puede ser necesario un acompañamiento personal, una terapia. Pocas personas logran encontrar solas su proyecto-sentido.
Desde esta perspectiva, la terapia puede afectar a algunas personas que sufren una forma de chantaje afectivo según la cual, si no se es el objeto de papá y mamá, se está en riesgo de perder su amor. En tales casos, estas personas deben tomar conciencia de que los padres no los han amado nunca como sujetos. Se hablará entonces, más bien, de amor narcisista. Cuando tienen un hijo-objeto, no es al hijo a quien aman los padres, sino a ellos mismos, o a aquello que hubieran querido ser: un niño ideal, reparador de sus heridas narcisistas, o incluso percibido como una extensión de ellos mismos («pseudópodo narcisista», diría Freud).
Se trata, entonces, de superar el proyecto-sentido de nuestros padres para crear nuestro propio proyecto-sentido personal. Es el sentido de la individualización y de la autonomía
MISIÓN TRANSGENERACIONAL
Llevamos en nuestro inconscientes residuos no resueltos de la historia —consciente o no— de nuestros ancestros. Jung escribía que «lo que no ha llegado a la conciencia regresa bajo la forma de destino». Desde una perspectiva transgeneracional, con frecuencia constatamos en psicoterapia que los elementos no dichos, no elaborados (por ejemplo, los secretos de familia), regresan a la vida de nuestros pacientes, en ocasiones de manera apremiante. El trabajo psíquico, que es un trabajo de transformación, de simbolización, no ha tenido lugar en esos casos. Los contenidos inconscientes duros, que pueden parecer extraños a ese individuo que los lleva consigo, aparecen de manera repetitiva.
Así, algunas corrientes de psicoterapia hacen pensar que los exorcismos o los cuerpos extraños albergados en la mente deben ser expulsados, reenviados al lugar de donde provienen. Cuando trabajamos con la historia transgeneracional, nos encontramos con una memoria que tiene su origen mucho antes de nuestra concepción. Entramos en contacto con otra persona dentro de nosotros mismos. En ocasiones tenemos la impresión de que las cosas fueron decididas e impuestas por alguien más.
Si el proyecto-sentido de nuestros padres nos condiciona, nos aprisiona a veces, el deseo o proyecto divino es liberador, porque es desinteresado y no busca resolver conflictos o satisfacer necesidades.
El proyecto divino es, a la vez, idéntico para todos los hombres, en tanto proyecto de amor, y personalizado. Está orientado hacia el futuro, en nuestra originalidad, más allá de papá y mamá: «Antes de formarte en el vientre materno, te conocí; antes de que salieras del seno, te consagré», anunció Dios al profeta Jeremías.
Uno de los principios fundamentales de la psicoterapia es la neutralidad bienhechora y benévola, esa disponibilidad extrema que consiste en observar a nuestros pacientes, según expresión del psicoanalista inglés W. Bion, «sin deseo».
Se trata simplemente de acompañarlos, sin miedo, en sus recuerdos, sus sufrimientos y sus creencias, tan lejos como puedan llegar en ese preciso momento de su vida, y sin confundir lo que es bueno o malo para nosotros con eso que nos parecería bueno o malo para ellos. Debajo de la benevolencia puede existir una gran violencia, al desear transformar al otro, por ejemplo, en eso que nos interesa aquí, en querer liberarlo de sus creencias. Es un poder ejercido sobre el otro; nuestro narcisismo y nuestros fantasmas de todopoderosos están allí implicados de manera directa. También es indispensable, como acompañantes, cuestionar siempre nuestros deseos en nuestro propio trabajo sobre nosotros mismos o en el ámbito de una supervisión
Como ellos van a liberarse de todo lo anterior con un terapeuta, ese proyecto divino va a desplegarse sin que uno tenga mucho que hacer, pues no se trata de fabricar algo. Se trata, para el terapeuta, de desentrañar, de crear las condiciones favorables para que la semilla fructifique; pero no es él quien inventa la semilla. En otras palabras, se trata de proponer un espacio no limitante, un espacio favorable donde el sujeto pueda ir, sin sentirse demasiado amenazado en sus equilibrios interiores, al encuentro consigo mismo y allí desarrollarse.
En tanto abordamos las creencias, los valores o los criterios, tropezamos con las resistencias, con los mecanismos de protección del Yo. En esta profesión, los terapeutas están para escuchar y para respetar. Existe, sin embargo, una resistencia al cambio, lo cual es normal y saludable, porque si cambiáramos de creencias todos los días, estaríamos reventados, sin referencias y sin coherencia interna.
El cambio implica delicadeza y perspicacia, y que el paciente se sienta de verdad respetado, acogido y comprendido. Es mucho más fácil cambiar de oficio, de casa o de ambiente que cambiar de creencias.